Vivía en su mundo de fantasía, donde no había espacio para las lágrimas, porque había decidido dejarlas atrás desde la muerte de su papá, hacía muchos años. Respiraba paz y la buscaba cuando no la encontraba.
Un buen día, caminó y caminó sin rumbo. Explorando, curioseando llegó a un jardín, donde vio a lo lejos a un niño lindo, de ojos nobles y boca hermosa, de cabello suelto y rebelde, de complexión fuerte pero movimientos ligeros. Se llamaba Sol, el niño Sol.
Ella lo seguía con suspicacia por la reja que los separaba. Sus ojos se cruzaron en vaivén y él se acercó curioso a averiguar quién y por qué lo espiaban. Hubo recelo y desconfianza al principio, pero sin percatarse, ambos estaban enganchados en una conversación sin tema, sin fin. ¡Fue un santiamén de dicha y dulzura!
La emoción que los invadía por ese primer encuentro accidental les permitió hablar de sus gustos, de sus juegos, de sus vidas. ¡Había entusiasmo loco en sus miradas!
La emoción que los invadía por ese primer encuentro accidental les permitió hablar de sus gustos, de sus juegos, de sus vidas. ¡Había entusiasmo loco en sus miradas!
Cada día, durante muchos años Mar siguió frecuentando la reja de Sol. Se sentaban a hablar, reír, gritar, gesticular, brincar y a rozar sus manos entre los barrotes del jardín que los separaba. Sus manos se entrelazaban con dulzura y sus abrazos -con la reja como testigo- eran una extensión de un amor de raíces fuertes. La alegría era única e indescriptible, sus charlas eran tan amenas que el tiempo pasaba volando.
Un día Mar regresó, como habitualmente lo hacía al jardín hermoso donde se reunía con Sol, pero no encontró la reja. En su lugar, había un muro enorme e infranqueable que no permitía el acceso, ni la comunicación con el exterior. Fue un momento doloroso, se derrumbaron los castillos en el aire que a diario construía con su amigo de alma, se esfumaron las risas y apareció el llanto, la incertidumbre se alojó en su sagaz mente. Pensó tantas cosas, imaginó tantas otras. Quedaron tantos pendientes...
Los años pasaron y Mar no olvidó a Sol. Ese muro había separado un mundo de ilusión transitoria donde todo era perfección y sólo el viento fue refrandatario de ese fugaz amor de infancia, donde jugaban a ser estrellas en una galaxia llena de brillo y color. Por eso, cada vez que Mar ve una estrella alumbrando con fuerza en medio de la oscuridad, sabe que es el corazón de Sol, que resplandece y le recuerda que hay un cielo que los cubrirá en la eternidad…
Colorín, colorado…..este cuento NO ha acabado.
Los años pasaron y Mar no olvidó a Sol. Ese muro había separado un mundo de ilusión transitoria donde todo era perfección y sólo el viento fue refrandatario de ese fugaz amor de infancia, donde jugaban a ser estrellas en una galaxia llena de brillo y color. Por eso, cada vez que Mar ve una estrella alumbrando con fuerza en medio de la oscuridad, sabe que es el corazón de Sol, que resplandece y le recuerda que hay un cielo que los cubrirá en la eternidad…
Colorín, colorado…..este cuento NO ha acabado.
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