A veces no es sencillo cruzar la calle y olvidar el dolor pasajero para consolar a quien tiene un dolor permanente. Ayer fue un día de esos. Uno de mis mejores amigos tuvo un reencuentro con el pasado, su dolor profundo me conmueve hasta las lágrimas. Me roba el sueño su profunda tristeza, pero es muy poco lo que puedo hacer por él.
En el otro caso, cuando un hijo pierde un amigo, no sabés cómo devolverle la fe en la Humanidad. La desesperanza acecha, el temor nos embarga, el peligro está en todas partes. Y cuando guardás la Fe en que tus palabras serán atendidas con atención, sentís un confort extraño, aunque también es muy poco lo que queda por hacer cuando escuchás con dolor y lágrimas en las mejillas: «mataron a mi amigo».
La muerte me hace sentir impotente, ni yo ni nadie puede evitar el dolor que su sola mención atrae. Resta clamar al cielo con el corazón abierto, para que quienes acuden a mi en busca de atención y consuelo, encuentren esa paz que a diario yo paso buscando hasta debajo de las piedras.
Ayer me olvidé un poco de mi egoísta angustia, hice un alto necesario. Pero no dejé de pensarte. De pronto, me descubro sonriendo sin motivo, cierro los ojos y veo los tuyos. He pensado que ese ejercicio me depura, me llena de tranquilidad, me permite amarte sin tenerte. En otra vida será, amor mío...
*DIOS ESCRIBE RECTO SOBRE RENGLONES TORCIDOS*
No hay comentarios:
Publicar un comentario